Rutina y cuidado con la anciana

                                                             Rutina

Mañana (por hoy) tendré un día bien lleno de trabajo por hacer qué, encima, me apetece, de modo que hoy (por ayer) me siento en el ordenador y todo cuanto tengo ganas de escribir es de impotencia catastrófica o de índole rutinaria (casi siempre escribo de noche, dejo dormir el post, lo releo a la mañana siguiente y decido si lo edito) de modo que opto por lo segundo, por la rutina, a la que hago muy poco honor, no por qué me revele contra ella ni nada de eso, si no por qué poseo una capacidad de asombro que no cesa (y que no cese) que me hace ver cada día bien distinto del anterior, aunque se trate de muy poca cosa.
Esta noche, al volver de pasear a la perra, me he encontrado a una vecina anciana, muy mareada, descansando en el rellano del piso y la he hecho entrar en casa, cruzando los dedos para que no le diera un yuyu y me acusaran de homicidio. Tan mareada estaba la mujer que una vez sentada me ha pedido una copa de coñac que no tenía, pero le iba bien el ron cubano que sí tenía y le he servido: "Un dedito,- ha dicho, sólo un dedito".
Le he puesto tres: "Donde vas a parar, es sólo para mojarme los labios, a ver si así me sube la tensión."
La anciana se ha recuperado al momento y la he emplazado a que no se moviera hasta que llegara su hija, que, según me ha contado, estaba al caer. He escrito una nota y la he puesto en la puerta de su piso: "Su madre está en mi casa".
La mujer,-luego he sabido que tiene ochenta y nueve años de nada-, me ha preguntado si era anarquista. Le he respondido con una pregunta: ¿Por qué lo dice? Me ha asegurado que se refería a la decoración de la casa.
Juro que no hay nada en mi casa que pueda hacer pensar en ninguna tendencia política. Encima, todo estaba en orden. Chorros de oro. La vieja me ha dejado mosca, pero cuando he vuelto a increparla sobre el asunto, se ha hecho la sorda, se ha terminado el ron de un trago y ha empezado a enumerar por razas, tamaños y años que vivieron, todos los perros que ha tenido. En estos momentos tiene uno, un golden retriever de nombre Boni ( no es por Bonet, como me llamáis algunos, es por Bonifacio) que media hora después de que su dueña se mareara en el rellano, seguía ladrando cómo un poseso.
La anciana hablaba sin mirarme a los ojos, decía los nombres de sus perros cómo quién reza una letanía.
Al fin han llamado al timbre, no era su hija, era la mía, que llegaba acompañada de otras dos hijas de alguien, amigas suyas. Se han puesto a darle conversación a la anciana que, con la llegada de las jóvenes, ha parecido salir de su ensimismamiento y oración. Una de las chicas ha dicho algo sobre artistas. Al oír la palabra, la anciana se ha puesto la mano detrás de la oreja, como emplazándola al centro de la reunión. Y dirigiéndose a mi hija ( a mi seguía sin mirarme) le ha preguntado: "¿Quieres decir que tu madre no es anarquista?" A lo cual, Júlia ha respondido: "Yo creo que tiene bastante de eso."
Las jóvenes se han ido y hemos pasado otro rato juntas, dama y servidora. A medida que pasaban los minutos he ido notando cómo se ponía cada vez más nerviosa y me miraba de refilón. La perra se ha echado a dormir, perdiendo el interés en la visita y ya iba a ofrecerle otro trago de ron cuando han vuelto a llamar al timbre. Era la hija de la anciana, otra anciana que me ha parecido bastante mayor que la que tenía sentada en el salón. Cuando las he visto juntas me he dado cuenta que no era así, de todos modos no se deben llevar más de veinte años. La mayor viste y calza mucho mejor que la joven. Cuando ha llegado su hija, la anciana del ron se ha levantado deprisa y sin decir adiós ni contarle a su hija por qué estaba ahí, se ha largado "pies en polvorosa." Se notaba que la más joven estaba inquieta y quería dar alguna muestra de buena educación, pero la vieja corría cómo una apisonadora y se ha largado sujetando a su hija y sus propios demonios.
He cerrado la puerta y al poco ya llamaban de nuevo al timbre. Era la hija anciana de la vieja maleducada que venía a pedirme disculpas por la actitud de su madre: "Mire, si usted es anarquista o no lo es, no me importa. Gracias por ayudar a mi madre, pero lo ha pasado mal al ver a su abuelo, que ya sabe que hizo mucho daño en la guerra. Mató a medio barrio."
Cuanto más hablaba la vieja joven, la que me mareaba era yo. Vale, a mi abuelo, lo mataron los nacionales, pero no en Barcelona y no en mi actual casa. Le he pedido que me contara el tema poco a poco. Al fin he concluido que mi supuesto abuelo, el "vecino malo que había matado a medio barrio" y había hecho "sufrir" tanto a la vieja tarada, no era si no Keith Richard´s, que se exhibe en un gran cuadro del salón, mostrando su peor sonrisa y con el anillo de la calavera en primer plano.
Lo peor no ha sido eso, lo peor ha sido que en el tiempo en que ha estado en mi casa, la vieja del ron ha deslizado las llaves de la suya por detrás de un mueble, para qué, en caso de que la violara y la atracara no pudiera acceder a sus posesiones. Las llaves siguen ahí. No pienso deslomarme apartando un muerto lleno de cd´s que pesa una barbaridad. La joven vieja se ha largado con la mosca detrás de la oreja, pero me he mostrado inflexible: "Si las ha tirado por aquí, espérese a mañana, a menos que sea usted quién me ayude a mover el mueble. Y encima, este señor no es mi abuelo, es el guitarrista de los Rolling Stones."
A medida que hablábamos, la hija se ha ido relajando y hasta ha logrado reírse a carcajadas. Yo he hablado de demencia senil y ella me ha dicho que de demencia nada, que su madre es así y así se muestra desde que ella nació. "Al menos le gustan los perros", he largado para contemporizar. Y ha vuelto a desdecirme: "No le gustan, los tiene cómo guardianes". He conseguido zafarme de que la hija me contara su propia historia, cuando estaba a punto de hacerlo y debe necesitarlo, pero mañana por la noche (por hoy) volverá con su hijo, el nieto de la loca, que es el que pasea y parece querer mucho al perro, a apartar el mueble. No me diréis que la historia no tiene miga y madera. Se aparta de mí rutina, pero es rutinario en tanto que habla del carácter que marca la rutina de mi vecina. Siempre son los mismos los que dan la brasa. Y yo no he podido, a su vez, dejar de hacerlo al contarlo. Sólo espero que el ron no tenga fecha de caducidad y la palme. Que no se hagan realidad las paranoias.

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